INTRODUCCIÓN


Al pensar en Bioética se me representa la idea del respeto por la vida del otro. Pienso en un acuerdo global de convivencia. Pero ¿cómo se establecieron las pautas de semejante acuerdo?
Si momentáneamente dejara de lado todo tipo de creencia en un poder sobrenatural dictador del bien y del mal, si transitoriamente “pusiera en pausa” la superstición de pensar que el justo y el injusto serán premiados o castigados en el más allá, en un mundo que no es este, sería –tal vez-, un ser humano totalmente libre.
La idea de libertad, contraria a cualquier tipo de restricción de conducta, pone en duda la viabilidad del acatamiento de cualquier “deber ser”.
 ¿Por qué acatar este “deber ser” que nos proponen el respeto por los derechos humanos, la bioética, el ordenamiento jurídico?
¿Por qué no ser del todo libres -todos y cada uno-, y preocuparse solamente de los propios asuntos?
¿Quién dicta el “deber ser”?
¿Por qué no dejar que las energías de la naturaleza fluyan libremente y cada individuo, según sus fuerzas y mérito personal, emerjan?
Si en la naturaleza solo sobrevive el más apto, si solo logra reproducirse y dejar descendencia el más fuerte, ¿por qué no dejar fluir esta predisposición natural? ¿Por qué habría que poner límites al más fuerte, al más inteligente, al más capaz de encontrar recursos de sobrevivencia? ¿Por qué debe compartirlos con el más débil, el menos apto, el más lento?
Si visiblemente no somos todos iguales físicamente ni en aptitudes naturales, ¿por qué habría que tratar a todos por igual?
Si hay más fuertes y más débiles, claramente habrá ante cualquier conflicto, vencedores y vencidos: ¿Por qué el más fuerte, el vencedor, no debería disponer de los bienes o las vidas del vencido?

Tal vez la razón más sencilla es que no siempre somos la parte más fuerte en todas las relaciones. Para entender esta verdad, alguna vez debimos estar en la vereda de los excluidos, de los vencidos, de los humillados, de los despojados de todo,  de los que han padecido abuso o injusticia.






Y si la fortuna nos ubicó al nacer en el lado de los fuertes, de los invulnerables, de los que ya lo tienen todo, de los que tienen todo el mundo por delante por conquistar, todavía estamos a tiempo de entender la necesidad de acuerdos, de asumir un deber ser, un contrato social. Para esto deberíamos ser testigos de las consecuencias de una injuria, un agravio, una ofensa o desprecio a la conciencia  de la humanidad.
Ante la ejecución de semejante horror, naturalmente sentirían todos impulso a tomar partido por el injuriado o por el ultrajador.


                                  Antonio Berni, Los rehenes, 1969.  Oleo sobre tela.

Como derivación de esta idea, observaremos primero el fundamento profundo de la vigencia actual de los Derechos Humanos en el ordenamiento jurídico, para luego plantear una posición desde una perspectiva bioética acerca de las acciones cotidianas, actuales y vigentes que niegan la dignidad humana, que generan verdaderas zonas de exclusión, que en definitiva reproducen las bases del horror y reconocer, sin ambages, pretextos ni equívocos, en qué lado nos encontramos en nuestra diaria realidad.



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